Hablar de la muerte en un curso puede sonar, de entrada, poco apetecible. No es precisamente el tema estrella de las sobremesas ni el que uno saca para animar un café de domingo. Sin embargo, aquí nos atrevemos a mirarla de frente porque sabemos que la muerte, como los impuestos o las conversaciones incómodas de familia, siempre acaba llegando. Y lo curioso es que, cuando se la nombra con honestidad, deja de ser únicamente un fantasma y se convierte en una maestra incómoda pero sabia; nos recuerda que no todo puede esperar, que la vida no admite prórrogas infinitas y que quizá lo trágico no sea morir, sino seguir postergando indefinidamente el hecho de estar vivos.
Este curso al que te has inscrito se plantea como un recorrido colectivo en torno a una misma intuición: la muerte no constituye un mero desenlace biológico, sino el deadline existencial que confiere forma y límite a la vida. En contraste con una cultura que tiende a expulsar la finitud de la mirada pública —ya sea escondiéndola en tanatorios periféricos o trivializándola en el espectáculo mediático—, estas ponencias buscan reinstalarla como brújula clínica, ética y filosófica. Se abre con la reflexión de que morir no es un acto final, sino un proceso que comienza en el instante mismo en que somos conscientes de nuestra fragilidad; de ahí que “comenzar a morir” equivalga a comenzar a vivir con mayor hondura.
La continuidad del ciclo muestra cómo vida y muerte no son polos opuestos, sino dimensiones inseparables que se entrelazan en cada instante. Desde la psicología contextual se propone, además, una traducción práctica: los procesos de aceptación, defusión y clarificación de valores permiten acompañar el duelo sin reducirlo a mera sintomatología.